Lo bueno de la poesía en versión original es el viaje que se realiza en cada verso. Si encima uno no conoce a los poetas que se recitan el viaje es aún mayor, porque no hay límites, ni etiquetas, y uno se puede imaginar lo que quiera en ese viaje. Ayer nuestro viaje comenzó en Grecia. La voz de Carmen Martínez Campillo, que además se encargó de traducir los poemas de Nikiforos Vretakos y Yanis kondós, nos llevó por momentos y lugares cargados de salitre, pero también de exóticos árboles en los que se anidó una pasión que ya acabó pero aún se recuerda.
Luego, dejando a un lado el blanco de las casas y el azul del mar griego, nos marchamos al norte de Europa, en concreto a las islas británicas, de la mano de Walt Whitman, Stevie Smith, Louis MacNeice, Davies y Alastair Reid, mecidos por el oleaje del Mar del Norte y también por la voz de Lourdes Pérez. El gris del paisaje dio paso a otros colores, a otras sensaciones ajenas a esa melancolía, para acabar en un in crescendo sentimental muy bien conseguido en brazos del amante.
Como viene siendo habitual, aunque no por ello menos satisfactorio, el café (que no cafetería, a Diego no le gusta esa palabra) presentó una gran entrada con casi medio centenar de personas, algunas ya fieles y otras seducidas por los versos que se cantan en otras lenguas, aunque sospecho que el ciclo, con el paso del tiempo, va madurando poco a poco del mismo modo que gana amigos.
Y por fin París, la boheme de la 'Ciudad de las Luces' y los bulevares, la de los puestos de libros de segunda mano alrededor del Sena, aunque también la de la ópera y la poesía, la de la canción de autor acompañada de un piano, un acordeón o una guitarra. Francia siempre es un buen lugar para tomar el último trago de vino, para volver a sentir cosas que hacía tiempo que no sentíamos o para escuchar los últimos versos de una noche en la que las multiples lenguas se convirtieron en nuestro esperanto.
Como viene siendo habitual, aunque no por ello menos satisfactorio, el café (que no cafetería, a Diego no le gusta esa palabra) presentó una gran entrada con casi medio centenar de personas, algunas ya fieles y otras seducidas por los versos que se cantan en otras lenguas, aunque sospecho que el ciclo, con el paso del tiempo, va madurando poco a poco del mismo modo que gana amigos.
Y por fin París, la boheme de la 'Ciudad de las Luces' y los bulevares, la de los puestos de libros de segunda mano alrededor del Sena, aunque también la de la ópera y la poesía, la de la canción de autor acompañada de un piano, un acordeón o una guitarra. Francia siempre es un buen lugar para tomar el último trago de vino, para volver a sentir cosas que hacía tiempo que no sentíamos o para escuchar los últimos versos de una noche en la que las multiples lenguas se convirtieron en nuestro esperanto.
Amélie Bernal, hasta ahora profesora de francés, nos deleitó a todos con una exquisita interpretación musical de los poemas de Louis Aragon, Paul Fort y René Guy Cadou, una interpretación que nos hizo pensarnos por momentos en el Barrio Latino, en cualquiera de los cafés cantantes de otra época dorada en la que el tiempo no se medía con su tic tac, sino con la pasión con la que el día a día se convertía por momentos en eterno. Mis felicitaciones por esta nueva faceta artística, Amélie, creo que todos los que ayer estuvimos nos fuimos más felices a casa.
Pero, aunque no quiero irme de París, ni de sus bulevares llenos de poetas de mil lenguas, el ciclo continua. El próximo lunes cambiaremos de registro y de género con un recital de microrrelatos en el que participarán las 'Cuatro P': Pedro Pujante, Joaquín Piqueras, Basilio Pujante y Pascual Pérez.
Amélie estuvo soberbia. Es un pedazo de artista. Nena, tú vales mucho. Un besazo
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